Autor: Arq. Andrea Velásquez Pérez
Categoría: C: Territorio / Paisaje / Planificación Territorial
Resumen: El retroceso de los glaciares a raíz del cambio climático en el territorio altoandino peruano no constituye solo un fenómeno ambiental, sino el signo de una transformación profunda del territorio, de sus ecosistemas y de las relaciones socioculturales y productivas que se tejen en torno al agua. Este ensayo propone comprender el agua no como un insumo aislado, sino como un recurso estructurante del territorio, donde las subcuencas se reconozcan como unidades de planificación territorial. Plantea que la arquitectura, más allá del objeto construido, debe asumirse como mediadora ecológica, productiva y social. Analiza las vulnerabilidades y oportunidades que surgen, y reflexiona sobre la interdependencia entre las prácticas ancestrales, la comunidad y el agua como parte de un mismo ecosistema de gestión hídrica. En suma, reconoce que la resiliencia hídrica en el ámbito altoandino se sustenta en la participación colectiva y en una relación profunda con el territorio.
Palabras clave: Territorio altoandino, Deglaciación, Planificación territorial, cambio climático y Saberes ancestrales.
Territorio Altoandino en el Perú
Hablar hoy de los glaciares peruanos es hablar de un territorio en transformación. En las latitudes bajas de Sudamérica se concentra el 99% de los glaciares tropicales del planeta, y los Andes Tropicales albergan el 95% de esa masa total. De ellos, según el INAIGEM1, Perú conserva el 73%, lo que lo convierte en el mayor reservorio de hielo tropical del mundo y, por tanto, en un eje estratégico para la sostenibilidad hídrica del continente (INAIGEM, 2025). Pero esta condición privilegiada se está desvaneciendo. Entre 1962 y 2016, el país perdió más del 50% de su superficie glaciar (INAIGEM, 2024).
Esta pérdida no es solo ambiental ni visual; es territorial, cultural y epistemológica. Más allá del fenómeno físico del deshielo —acelerado por el cambio climático global—, lo que preocupa es la ausencia de más respuestas adaptativas en el territorio inmediatas frente a un proceso que nos involucra a todos los peruanos.
El 62% de la población peruana depende del agua de origen glaciar, según el ANA2. Hoy, el 80% del recurso hídrico se destina a la agricultura, el 6% a la industria, el 2% a la minería y apenas el 12% al consumo poblacional (ANA, 2019). Estas cifras reflejan la dependencia directa de los peruano a través del consumo de los alimentos primarios que en su mayoría son del interior del país, regiones andinas que producen los cultivos con el agua proveniente de los glaciares.
El mundo andino — entre los picos nevados y las quebradas que descienden hacia los valles — ha construido históricamente un equilibrio entre naturaleza, y espiritualidad. Allí, el agua no ha sido un insumo, sino un principio ordenador de la vida colectiva, un elemento que conecta el cuerpo humano con el cuerpo del territorio. La desaparición de los glaciares no solo amenaza las fuentes hídricas y los usos antes mencionados, sino que también erosiona un sistema de valores, una memoria colectiva y una manera de habitar.
En este contexto, el retroceso glaciar no debe entenderse únicamente como una consecuencia del cambio climático, sino como una nueva condición territorial, una variable que ha llegado para quedarse y que interpela nuestra manera de habitar y planificar. El agua se ha concebido como un producto de explotación —no como una estructura organizadora del territorio—, y el territorio mismo se ha tratado como un escenario fijo, en lugar de un sujeto dinámico en transformación.
Este ensayo parte de una convicción: rehabitar la cuenca es una urgencia conceptual y ética. No se trata de volver a ocupar un territorio deshabitado —pues las comunidades altoandinas nunca lo abandonaron—, sino de reaprender a vivir en un paisaje que ha cambiado. El retroceso glaciar, la alteración de los ciclos del agua y la transformación de los ecosistemas exigen nuevas formas de relación entre la sociedad y el territorio. Rehabitar, entonces, no alude al retorno, sino a la reconfiguración consciente del habitar, a la actualización de los saberes, técnicas y valores que han sostenido históricamente la vida en altura.
1 INAIGEM (Instituto Nacional de Investigación en Glaciares y Ecosistemas de Montaña)
ANA (Autoridad Nacional del Agua)
La deglaciación como transformación territorial
Los glaciares, más allá de ser masas de hielo, constituyen estructuras de regulación hídrica, marcadores de identidad y componentes vivos del paisaje andino. El impacto no se limita a la cantidad de agua disponible, sino a la calidad de las relaciones que estructuran el paisaje. Drenkhan y Castro (2023) sostienen que “el deshielo no solo altera los caudales de los ríos, sino las tramas sociales que dependen de ellos” Las comunidades altoandinas —como las de la Cordillera Blanca o el sur del Callejón de Huaylas en Áncash— han vivido históricamente en función de los ritmos hídricos del glaciar: siembra, pastoreo, ritualidad y migración responden a un calendario ancestral de flujos y descansos. La deglaciación, en este sentido, desarticula el tiempo ecológico del territorio, generando nuevas tensiones entre la necesidad de adaptación y la pérdida de referentes culturales.
El retroceso glaciar produce un paisaje transitorio: nacen lagunas de origen glaciar, se modifican los cursos de agua y se incrementan los riesgos de desbordes repentinos (GLOFs3). En la región Ancash, identificó más de 800 lagunas potencialmente peligrosas, de las cuales 48 representan alto riesgo por su proximidad a centros poblados4. Sin embargo, estos mismos cuerpos de agua también simbolizan una oportunidad: son nuevas reservas hídricas que podrían integrarse a estrategias de almacenamiento y regulación natural si se gestionaran de manera integral. Como señala UNESCO (2018), “la desaparición del glaciar inaugura una nueva geografía del agua, donde el paisaje se vuelve archivo y advertencia”.
En los últimos veinte años, el discurso técnico sobre la adaptación al cambio climático ha tendido a centrarse en la infraestructura y la eficiencia. La gestión hídrica se aborda desde una lógica instrumental: medir, canalizar, contener. Sin embargo, este enfoque tiende a reducir el agua a una variable física, olvidando su dimensión social y simbólica.
Drenkhan (2025) advierte que los impactos del deshielo en las cuencas andinas no se manifiestan solo en la escasez, sino también en la temporalidad: primero se incrementa el caudal por el derretimiento acelerado, y luego se produce un descenso abrupto cuando los glaciares pierden su masa reguladora. En ese contexto, las comunidades rurales enfrentan una paradoja: el exceso temporal de agua durante el deshielo se combina con la carencia progresiva en épocas secas. Esta inestabilidad hidrosocial amplía la vulnerabilidad y acelera procesos de migración y abandono del territorio.
No obstante, la lectura de la deglaciación como catástrofe total impide reconocer su potencial como catalizador de cambio. La emergencia de nuevos paisajes glaciares En este sentido, el retroceso glaciar puede entenderse como una pedagogía ecológica: una oportunidad para cuestionar los modelos de desarrollo, las jerarquías entre naturaleza y sociedad, y las formas de gobernanza que han marginado la voz de las comunidades andinas.
En los últimos años, proyectos piloto impulsados por INAIGEM y aliados locales han demostrado la posibilidad de combinar tecnologías ancestrales con soluciones modernas para afrontar esta transformación. En Huamantanga (Lima), por ejemplo, la reactivación de amunas —canales prehispánicos de recarga hídrica— ha permitido infiltrar hasta 2 millones de metros cúbicos de agua por temporada, reduciendo la escasez en épocas secas (AQUAFONDO5, 2019). Estas experiencias sugieren que la adaptación no requiere necesariamente grandes infraestructuras, sino una reorganización del conocimiento y del territorio. Como plantea Drenkhan (2023), la sostenibilidad hídrica no se construye con más concreto, sino con más vínculos. La deglaciación, en este sentido, no es un escenario catastrófico, pero si el inicio de una nueva relación social con ella.
3 Glacial Lake Outburst Flood (inundación por desborde de laguna glaciar)
4 INAIGEM (2024). Evaluación Nacional de Lagunas Glaciares con Riesgo de Desborde
5 AQUAFONDO (Fondo de Agua de Lima y Callao) es una organización sin fines de lucro que impulsa la gestión integrada y sostenible de los recursos hídricos en la cuenca del río Rímac y otras fuentes que abastecen a Lima y Callao.
La insuficiencia del ordenamiento actual: el territorio fragmentado
La gobernanza del agua en los Andes no sufre por falta de información, sino por falta de vínculos. La producción de datos sobre el retroceso glaciar, la variación de caudales o los riesgos hidrometeorológicos es amplia y constante —generada por el INAIGEM, la Autoridad Nacional del Agua (ANA), el SENAMHI y diversas universidades—; sin embargo, ese conocimiento rara vez se traduce en políticas coherentes y sostenibles. Los estudios de riesgo, los mapas de vulnerabilidad y los planes de monitoreo se acumulan, pero la planificación territorial continúa operando bajo criterios administrativos y no ecosistémicos. Se gobierna por límites políticos, no por límites naturales. Esta brecha epistemológica impide que la ciencia dialogue con la práctica, y que la planificación dialogue con las comunidades que habitan y transforman el territorio.
La estructura institucional peruana refuerza esta fragmentación. Las regiones altoandinas —las más afectadas por la deglaciación y las más dependientes del agua de montaña— son, paradójicamente, las que menos recursos reciben para implementar medidas de adaptación. Según el INAIGEM (2023), el presupuesto nacional destinado a la gestión de ecosistemas de montaña representa menos del 0.2 % del total público, cifra que revela la marginalidad de la agenda hídrica en la planificación estatal. Mientras tanto, la inversión continúa concentrándose en grandes proyectos hidráulicos costeros —como Majes Siguas II o Chavimochic— orientados a la transferencia y explotación del agua, no a su gestión integral. Esta asimetría reproduce lo que Castro (2017) denomina modelo de desposesión hídrica: un sistema en el cual las aguas del deshielo altoandino se canalizan hacia territorios de consumo intensivo, dejando a las comunidades de origen con la carga ecológica del cambio climático.
Frente a este panorama, el concepto de rehabitar la cuenca adquiere una dimensión política y ética. Significa reorientar la planificación territorial hacia una base ecosistémica y comunitaria, donde la cuenca sea reconocida como unidad viva de diseño, gestión y gobernanza. No se trata de crear nuevas instituciones, sino de articular las existentes bajo un principio común: el del agua como estructura del territorio. En esta línea, los programas de adaptación impulsada por ecosistemas promovidos por el INAIGEM y la ANA (2019) apuntan a superar la visión sectorial e integrar sistemas naturales, sociales y productivos. No obstante, su implementación aún es incipiente y enfrenta resistencias derivadas de la burocracia, la competencia interinstitucional y la falta de mecanismos participativos reales.
Un caso emblemático de estas tensiones es el de la subcuenca Llullán–Parón6, en la provincia de Huaylas (Áncash). Allí, el retroceso del glaciar Artesonraju ha originado un lago de creciente volumen —la laguna Parón—, que representa tanto una amenaza por posible desborde como una oportunidad para convertirse en un reservorio natural estratégico. Los estudios técnicos del INAIGEM (2023) han documentado los riesgos y propuesto mecanismos de monitoreo, pero la gestión del lago sigue marcada por conflictos entre autoridades nacionales, gobiernos locales y comunidades campesinas. Mientras el Estado prioriza la seguridad física y el control hidráulico, la población local reivindica su derecho al agua, su vínculo cultural con la laguna y su participación en las decisiones. Este caso evidencia que la gestión del riesgo no puede separarse de la justicia territorial: quién decide, quién gestiona y quién se beneficia del agua son cuestiones tan importantes como los indicadores técnicos de seguridad.
Como advierte Drenkhan (2021), el futuro del agua en los Andes no se decidirá en los ministerios, sino en las cuencas. En ellas, las comunidades ya están ensayando respuestas locales: restauración de bofedales, reforestación con especies nativas, manejo de pastos, recarga hídrica mediante amunas o qochas, y redes de monitoreo participativo. Estas prácticas —que combinan conocimiento ancestral y adaptación contemporánea— no son solo medidas de mitigación, sino actos de soberanía territorial. Representan una forma distinta de entender el desarrollo: no desde la expansión extractiva, sino desde la continuidad ecológica y cultural. Lo que falta no son ideas, sino un marco político e institucional que legitime y escale estas experiencias.
La insuficiencia del ordenamiento actual no radica, entonces, en la carencia de instrumentos, sino en su paradigma de base. El Estado continúa planificando para un territorio que ya no existe: uno fijo, mensurable y separado de la vida que lo habita. La deglaciación, en cambio, nos confronta con un territorio en movimiento, en transición constante. Allí donde se retira el hielo, surgen nuevos ecosistemas, humedales y cursos de agua; la montaña cambia su forma y su función. Si la planificación no incorpora esa dinámica, seguirá produciendo mapas muertos y políticas desconectadas de la realidad.
Rehabitar la cuenca, en este contexto, es también rehabitar el pensamiento territorial. Supone desplazar la idea de control hacia la de cuidado, y reconocer que el agua no solo atraviesa el territorio, sino también las instituciones, las culturas y las memorias. Implica aceptar que la resiliencia no se decreta desde arriba, sino que se construye desde los vínculos: entre comunidades, entre escalas, entre saberes. Solo así el ordenamiento territorial podrá dejar de ser un ejercicio técnico para convertirse en una práctica política de convivencia con el cambio.
Re-habitar la cuenca
Rehabitar la cuenca supone transformar la manera de concebir y habitar el territorio andino. No se trata únicamente de gestionar el agua, sino de reconstruir las relaciones entre naturaleza, comunidad e infraestructura. Implica desplazar la mirada de la explotación hacia el cuidado, del dominio técnico hacia la reciprocidad, y de la planificación sectorial hacia una lectura integral del paisaje como organismo vivo.
El INAIGEM (2023) propone la infraestructura natural —bofedales, humedales, pajonales y bosques altoandinos— como eje de la gestión hídrica, reconociendo que estos ecosistemas no solo almacenan y regulan agua, sino que sostienen modos de vida, economías locales y equilibrios culturales. Esta perspectiva invita a considerar el territorio no como una superficie intervenible, sino como una red interdependiente de procesos ecológicos y sociales. Rehabilitar y cuidar estas infraestructuras naturales se convierte así en una forma de restaurar vínculos rotos entre lo humano y lo ambiental.
Rehabitar también implica reconocer el conocimiento como territorio. El agua, en los Andes, no es solo recurso: es memoria, mito y vida. En ella se inscriben las prácticas rituales, las tecnologías ancestrales del manejo del suelo y los saberes que han permitido a las comunidades adaptarse durante siglos a un entorno cambiante. Integrar estos saberes a la ciencia contemporánea es una condición para una adaptación sostenible. Como advierte Drenkhan (2023), las respuestas más sólidas al cambio climático serán aquellas que logren articular la ciencia climática con el conocimiento local, construyendo una inteligencia territorial colectiva.
Rehabitar la cuenca, en suma, es diseñar para convivir con el cambio. La deglaciación es un proceso irreversible, pero no necesariamente un destino trágico: puede ser una oportunidad para reinventar la relación entre sociedad y naturaleza. Esto requiere nuevas formas de infraestructura —híbridas, flexibles, sensibles al contexto— y procesos de planificación que fortalezcan la gobernanza comunitaria.
Rehabitar, finalmente, es un acto político y poético: reconstruir la confianza entre el agua, el territorio y quienes lo habitan. Implica proyectar una arquitectura del cuidado, donde cada intervención —una acequia restaurada, un canal regulado, un bofedal recuperado— sea también una acción de memoria y de futuro. En este horizonte, la cuenca deja de ser un espacio de gestión para convertirse en un laboratorio de coexistencia, donde el agua enseña, conecta y da forma a un nuevo pacto con el territorio.
Para aterrizar este enfoque, resulta ilustrativo el caso ya mencionado de la sub-cuenca Llullán–Parón, el agua glacial, las comunidades locales y las infraestructuras ancestrales convergen en un espacio donde la gestión territorial se experimenta de manera viva. La laguna Parón, alimentada por los glaciares del Huandoy, se constituye como punto focal del sistema sociohidrológico: fuente de abastecimiento, memoria colectiva y símbolo de identidad para las comunidades que la rodean.
Durante las últimas décadas, la variabilidad climática y el retroceso glaciar han modificado la disponibilidad de agua y aumentado los riesgos de desbordes o desbalances en los caudales. Frente a ello, la comunidad campesina Cruz de Mayo y entidades del estado han originado un problema de gestión, pese a la importancia de gestión de esa subcuenca, ello evidencia la relevancia de focalizar y gestionar las subcuencas para un adecuado uso sostenible.

En este contexto, la cuenca se configura como un laboratorio territorial donde el conocimiento técnico y el saber local pueden entrelazarse. Tal como plantean López y Velásquez en su tesis Territorios en deshielo, es posible desarrollar un modelo de planificación adaptativa que integre la evaluación de riesgos (alto, medio y bajo) con la identificación de los dispositivos estructurantes del territorio —acequias, bofedales, canales y manantiales—, la restauración de sistemas ancestrales que regulan los flujos hídricos y su articulación con infraestructuras contemporáneas, como reservorios regulados, estaciones de monitoreo y sensores de control de caudal.
La experiencia de Llullán–Parón demuestra que la comunidad no es un actor periférico, sino el núcleo articulador del proceso: quien observa, mantiene, decide y transmite el conocimiento sobre el agua. En torno a la laguna se tejen prácticas de manejo, ritualidad y planificación que revelan una forma de rehabitar la cuenca basada en la cooperación, la memoria y la adaptación.
Para el arquitecto o el planificador territorial, esta lógica trae implicaciones intensas. Primero, la arquitectura deja de ser únicamente “edificio” y se vuelve “infraestructura del paisaje”. Una estancia en un alto páramo, una vivienda en la vertiente, un banco de acequia, un mirador de laguna, pueden ser arquitecturas del agua, de la espera, del flujo. En segundo lugar, la escala del proyecto se amplía: no sólo el lote o la parcela, sino la cuenca completa. El diseño implica entender los flujos de agua, los tiempos de la deglaciación, los riesgos, las retenciones, los vacíos, los humedales, la comunidad.
Así, el paisaje altoandino no es fondo, sino primer plano. No es “escenario” sino obra colectiva. La arquitectura se vuelve mediadora entre lo alto y lo bajo, entre el hielo y la acequia, entre la laguna glacial y el valle agrícola. Y el ordenamiento territorial se convierte en arquitectura textual del agua, de la memoria, de la comunidad.
El paisaje altoandino, atravesado por la deglaciación, se encuentra ante una encrucijada: persistir en modelos de planificación fragmentados, centrados en la explotación de recursos, o transitar hacia una lógica territorial en la que el agua sea el eje estructurante, la cuenca la unidad de intervención, la comunidad el actor protagonista y la arquitectura una mediadora del paisaje. Este ensayo ha propuesto precisamente ese tránsito: comprender el agua no como un insumo, sino como una estructura viva que configura la forma, el tiempo y la cultura del territorio.
Rehabitar la cuenca implica una transformación ética, técnica y política. Ética, porque demanda una nueva relación con el entorno: reconocer al agua y al paisaje no como objetos de gestión, sino como sujetos de reciprocidad. Técnica, porque exige reconfigurar las herramientas del diseño, la ingeniería y la planificación para adaptarse a los ritmos del ecosistema, integrando soluciones naturales, saberes ancestrales y tecnologías contemporáneas. Y política, porque supone redistribuir el poder de decidir sobre el agua, fortaleciendo la gobernanza comunitaria y la gestión descentralizada de las cuencas.
Desde esta perspectiva, la arquitectura y la planificación territorial dejan de ser prácticas de control y se convierten en actos de mediación. Construir, planificar o restaurar en los Andes es tejer vínculos entre el hielo y la acequia, entre el ritual y la técnica, entre el pasado que persiste y el futuro que se disuelve. Rehabitar la cuenca no es solo una estrategia de adaptación, sino un proyecto de justicia territorial y de renovación cultural.
Rehabitar, en suma, es rehacer el territorio: transformar la mirada, la forma de diseñar y la manera de convivir con el agua. Porque los glaciares retroceden, pero la posibilidad de un nuevo pacto con el territorio —más justo, más sensible y más colectivo— aún está en nuestras manos.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:
– Autoridad Nacional del Agua (ANA). (2021). Reserva hídrica en los glaciares del Perú. https://hdl.handle.net/20.500.12543/4802
– Anthony, L., & Andrea, V. (2025). Territorios en deshielo: Hacia una planificación hidroterritorial en la subcuenca Llullán–Parón.
– Castro, S. (2017). Los desafíos de la gestión y conservación del agua en el Perú.
– Drenkhan, F. (2015). En la sombra del cambio global: Hacia una gestión integrada y adaptativa de recursos hídricos en los Andes del Perú.
– Drenkhan, F. (2025). Cuando el hielo cede: Futuro glaciar y transformación de sistemas socioecológicos.
– Drenkhan, F., & Castro-Salvador, S. (2023). Una aproximación hacia la seguridad hídrica en los Andes tropicales: Desafíos y perspectivas. Instituto de la Naturaleza, Tierra y Energía (INTE–PUCP), Pontificia Universidad Católica del Perú.
– Instituto Nacional de Investigación en Glaciares y Ecosistemas de Montaña (INAIGEM). (2023). Inventario nacional de glaciares y lagunas de origen glaciar 2023. Huaraz, Perú. https://hdl.handle.net/20.500.12748/499
– Instituto Nacional de Investigación en Glaciares y Ecosistemas de Montaña (INAIGEM). (2024). Evaluación nacional de lagunas glaciares con riesgo de desborde 2024. Huaraz, Perú. https://hdl.handle.net/20.500.12748/608
– Instituto Nacional de Investigación en Glaciares y Ecosistemas de Montaña (INAIGEM) & Ministerio del Ambiente (MINAM). (2017). Informe de la situación de los glaciares y ecosistemas de montaña. https://www.inaigem.gob.pe/wp-content/uploads/2019/04/Interiores-Informe-anual-2017.pdf
– Salas-Bourgoin, M. A. (2025). Adaptation solutions for climate resilience in the Andes. Adaptation at Altitude Program, CONDESAN, SDC.
– Simone, S., Kaser, M., & Cruz, R. (2017). El futuro del clima y los glaciares en el Perú.
– UNESCO & Global Resource Information Data Base. (2018). El atlas de glaciares y aguas andinos: El impacto del retroceso de los glaciares sobre los recursos hídricos (K. S. Johansen, B. Alfthan, E. Baker, M. Hesping, T. Schoolmeester, & K. Verbist, Eds.).

