Autor: Arq. Karina Rivadeneyra Huaroto
Categoría C: Planificación Territorial y Paisaje
Resumen
Este ensayo sostiene que el territorio peruano debe leerse como una narrativa viva, un archivo donde en media hora se pasa del sol abrasador a la garúa tenaz. Poseemos un «banco de oro» biogeográfico – 28 climas, 84 zonas de vida – pero actuamos como guardianes que olvidaron la combinación. Mientras Ancash condensa tres regiones naturales, los planificadores insisten en tratar el territorio como un tablero de Monopoly donde los ecosistemas son fichas y el paisaje, «carne» para el festín inmobiliario. Nuestra ceguera: confundir desarrollo con cemento. Urge un giro hacia estrategias que escuchen las narrativas del paisaje, priorizando resiliencia y reconversión socioecológica. La conclusión apela por una «arquitectura territorial» que una herramientas técnicas con una ética sensible, capaz de tejer un nuevo pacto entre peruanos y nuestro territorio.
Palabras clave: Territorio, Paisaje, Planificación, Resiliencia, Arquitectura territorial
I. El Perú, un territorio de territorios: La urgencia de una visión integral
La paradoja peruana: diversidad versus fragmentación
Perú es una nación de contrastes, un mosaico de climas, ecosistemas y culturas que se transforman en cada segmento del recorrido. A tan solo unos kilómetros, el sol, la garúa o el trueno coexisten como si fueran diferentes estaciones en un mismo día. Muestra de que en tan solo 1 285 216 km2 se aglutinan 28 de los 32 climas que existen en el mundo, 84 de las 117 áreas de vida reconocidas a nivel global y tres amplias zonas naturales, costa, sierra y selva, que se extienden en un sinfín de microclimas y ecosistemas que depende unos de otros (Pulgar Vidal, 2014). Esta diversidad biogeográfica, respaldada por una gran riqueza cultural, con 55 pueblos indígenas u originarios reconocidos, cada uno de los cuales mantiene vínculos únicos con su territorio, debería ser nuestro potencial más grande; sin embargo se ha convertido en nuestra más dolorosa ironía. Mientras que la naturaleza teje su complejo telar de microclimas y ecosistemas interdependientes, nosotros respondemos con planificación ciega: el 78% de las ciudades intermedias del Perú no tienen planes de desarrollo urbano actualizados (Defensoría del Pueblo, 2023), según el Centro Nacional de Planeamiento Estratégico (CEPLAN), y la mayoría del crecimiento urbano (65%) se produce informalmente, sobre todo en laderas y quebradas con alto riesgo, como si el territorio fuera un enemigo al que hay que conquistar en lugar de un aliado al que escuchar.
La inexistente planificación territorial nacional
Es preocupante el vacío normativo en términos de organización territorial, porque no es solo una omisión legislativa: es una herida abierta. El Anteproyecto de Ley de Ordenamiento Territorial ha estado durmiendo durante más de diez años en los cajones del Congreso, mientras el territorio se convierte en campo de batalla. Por otro lado, los esfuerzos para planificar se limitan a instrumentos sectoriales desconectados entre sí, casi de forma esquizofrénica: planes urbanos municipales, planes de desarrollo regional, planes de cuenca, conversan en lenguajes distintos, como gritando en habitaciones separadas.
El resultado de este caso institucional es tan previsible como dramático: el 42% de los conflictos sociales documentados en 2023 (Defensoría del Pueblo, 2023) se deben a disputas territoriales que estallan donde el Estado solo ha sembrado ambigüedad, vinculadas con la superposición de usos del suelo, la falta de procedimientos claros para participar y consultar, así como las licencias para explotar recursos naturales en zonas protegidas.
Hacia un nuevo paradigma: el territorio como organismo vivo
Frente a este panorama, urgen despertar de la ilusión que reduce el territorio a simple materia explotable. Joan Nogué, geógrafo, sostiene que «el paisaje es la manifestación tangible y perceptible del territorio, el producto de una construcción social colectiva que compendia historia, aspiraciones e identidad» (Nogué, 2016). Aplicado al Perú, podemos interpretar nuestro territorio como un palimpsesto viviente donde se superponen capas de significado, desde las líneas de Nazca hasta los andenes incas y desde los asentamientos virreinales hasta los barrios actuales.
Cada intervención humana, cada infraestructura y cada patrón de ocupación, es una oración en esta crónica colectiva que sigue escribiéndose. Por lo tanto, la planificación debe transformarse de ingeniería de suelos a hermenéutica territorial, es decir, dejar de imponer formas para aprender a interpretar narrativas, cambiando el cálculo frío por la escucha sensible para editar, con respeto, este gran libro abierto que es nuestro territorio.
II. Lecturas del territorio: diálogos críticos entre teoría global y realidad peruana
Los límites de los modelos importados: de Cerdá a Howard
Cuando Ildefons Cerdá diseñó el Eixample de Barcelona en 1859, sentó las bases del urbanismo contemporáneo: igualdad social, higiene y movilidad mediante una cuadrícula regular que aseguraba la circulación del aire, la luz y áreas verdes (Cerdá, 1867). No obstante, importar acríticamente este modelo al Perú ignora una verdad incómoda: nuestras ciudades respiran bajo lógicas distintas, donde lo formal y lo informal, lo planificado y lo espontáneo, coexisten en un mismo ecosistema urbano. Como advierte Willy Ludeña (2002), aquí la ciudad se produce desde abajo, con más de la mitad (53%) de la población urbana habitando viviendas autoproducidas. La manzana cerrada de Cerdá, diseñado para una burguesía industrial europea, choca frontalmente con la realidad de una ciudad que se construye a sí misma.
Ebenezer Howard, en cambio, imaginó las «Ciudades Jardín» como un antídoto para la urbe industrial: comunidades autosuficientes anidadas en cinturones verdes. No obstante, su perspectiva fue desvirtuada en la implementación de Perú, donde este ideal sufrió una peligrosa mutación: lejos de ser cura, se convirtió en el disfraz elegante que legitima urbanizaciones cerradas y una suburbanización depredadora. El resultado: un modelo que no integra, sino que segrega; que no abraza el territorio, sino que lo fragmenta.
La evidencia duele: en los valles de Rímac, Chillón y Lurín hemos enterrado 12 500 hectáreas de tierra agrícola bajo cemento entre 2000 y 2020 (Ministerio de Vivienda), reemplazando nuestro sustento por urbanizaciones de baja densidad que nos encadenan al automóvil. Lo que Howard imaginó como solución se pervierte aquí en la fórmula perfecta para consumir paisaje a ritmo de especulación.
La revolución humanista: Jacobs, Gehl y la escala corporal
Jane Jacobs, con su defensa de la «vida en la calle» y la «vigilancia natural», representa un hito en el pensamiento urbano (Jacobs, 1961), no solo escribió sobre ciudades; les devolvió el alma. Su reproche a la planificación modernista y autopistas despiadadas, representada por Robert Moses, convierte el espacio público en un lugar seguro y vibrante. En Perú, su eco resuena en iniciativas como el programa «Lima Camina» en el Centro Histórico; allí, la peatonalización de calles como Andahuaylas y Carabaya ha resucitado el pulso social y comercial.
Pero el genio de Jacobs, aunque inspirador, tiene límites en nuestra compleja realidad: su mirada microscópica del barrio no basta para abrazar la escala macroscópica de nuestros territorios. Como bien advierte, necesitamos complementar su visión con un enfoque metropolitano capaz de conectar la vida de cuadra con la gestión de cuencas enteras y la movilidad regional. La gran lección: ni todo el urbanismo puede ser ascendente, ni todo el ordenamiento puede ser descendente.
Jan Gehl, quien continuó con esta tradición, lo llevó al laboratorio de la calle: desarrolló métodos sistemáticos para investigar la forma en que la gente realmente habita los espacios públicos (Gehl, 2014). Su idea de «ciudades para la gente» ha motivado acciones como la restauración de la Alameda Chabuca Granda en Lima o el Malecón de Barranco, donde el diseño se arrodilla ante la experiencia humana. No obstante, su perspectiva se queda sin aliento en ciudades andinas como Huancayo o Cusco. En estas urbes, la geografía escribe sus propias reglas: la altura y las pendientes pronunciadas hacen que se introduzcan variables que el modelo nórdico de Gehl, pensado para ciudades llanas y templadas, no puede descifrar. La lección es clara: no basta trasplantar recetas; hay que reinventarlas respecto a cada territorio.
La planificación es ciega, cuando el mapa mata el territorio.
Nuestros planificadores urbanos suelen trabajar como médicos que recetan sin auscultar. Abren Google Earth, trazan líneas sobre imágenes satelitales y deciden: «aquí crecerá la ciudad». Pero el territorio no se entiende desde lejos, sino desde la textura de la tierra bajo los pies, desde el olor del aire que cambia entre quebradas, desde la memoria de las piedras que guardan historias.
El gran pecado de la planificación peruana es su miopía sensorial. Estudiando Ancash, por ejemplo, podemos identificar claras «unidades de paisaje»: el sistema de dunas costeras de Nuevo Chimbote no es el mismo ecosistema que las laderas andinas de Huaraz, ni responden a las mismas lógicas. Sin embargo, los instrumentos de planificación los tratan igual – como números en una hoja Excel esperando ser «desarrollados».
Aquí es donde autores como Asto Altamirano (s.f) nos recuerdan algo crucial: el paisaje no solo se dibuja, se siente. No basta con cartografiar un humedal; hay que entender por qué los niños del lugar juegan allí, qué aves migratorias descansan en sus aguas, qué historias de amor y pérdida se tejieron en sus orillas. El territorio tiene capas como una cebolla: geología, ecología, historia, memoria, afectos. Y nosotros seguimos pelándola hasta dejar solo el bulbo desnudo del «valor de suelo».
La crítica estructural: Harvey y la producción capitalista del espacio
Mientras otros urbanistas medían banquetas, David Harvey desnudó la anatomía política de la ciudad (Harvey, 2008). Su teoría de la «producción capitalista del espacio» revela el urbanismo como máquina de acumulación, donde la “acumulación por desposesión», desplaza comunidades enteras para liberar suelo valorizable. Esta dinámica se manifiesta en el Perú a través de sucesos como los procesos de gentrificación en vecindarios como Barranco, o la reubicación de los agricultores debido a megaproyectos inmobiliarios en Lurín, convirtiendo derechos en mercancía.
Pero Harvey no solo diagnóstico el problema: armó la resistencia. Desarrolló la idea del «derecho a la ciudad» como un derecho colectivo para cambiar el urbanismo. Esta idea da sustento legal a las batallas por la ciudadanía territorial que llevan a cabo entidades como la Federación de Pueblos Jóvenes de Lurigancho o la Asociación de Vivienda Villa El Salvador. Frente a la ciudad como negocio, opone la ciudad como bien común.
Lecturas situadas: Pulgar Vidal y Palomino
Mientras muchos ven el territorio peruano como un rompecabezas, Javier Pulgar Vidal nos entregó su código fuente. La clasificación de las ocho regiones naturales que ha realizado, fundamentada no solo en la altitud sino también en grupos culturales, económicos y ecológicos, revela el ADN territorial del Perú. Es fundamental comprender esta codificación; la lógica de planificación para la Chala (costa) y sus ecosistemas de lomas debe diferenciarse de manera drástica de la que se aplica al Suni (llanos de gran altitud) o a Rupa-Rupa (selva alta). Cada región habla su propio idioma ecológico.
Desde el ámbito de la arquitectura, Carlos Palomino se ha dedicado a «traducir» este lenguaje en intervenciones concretas (Palomino, 2018). Su trabajo en la Quebrada de Canto Grande, fusiona la infraestructura para contener riesgos con espacios públicos que reestablecen la memoria del lugar como pasillo ecológico. Demostrando que la mejor planificación es la que escucha primero lo que el territorio ya sabe.
III. Ancash como microcosmos: resiliencia y reconversión en territorios extremos
Huaraz: la ciudad bajo la sombra del desastre
Huaraz vive bajo un permanente estado de sitio invisible. Rodeada por 722 lagunas glaciares, 16 de ellas están el alto riego según la Autoridad Nacional del Agua (2021); la ciudad se aferra al fondo de un valle glaciar como un náufrago en una bañera que podría desbordarse en cualquier momento. La laguna Palcacocha, cuyo volumen se multiplicó 34 veces entre 1974 y 2020, es un peligro inminente que amenaza a 50 000 personas.
Esta vulnerabilidad ha empeorado debido al crecimiento urbano. El CENEPRED (Centro Nacional de Estimación, Prevención y Reducción del Riesgo de Desastres) afirma que el 68% del crecimiento urbano en Huaraz entre los años 2000 y 2020 tuvo lugar en laderas inestables y quebradas, sobre todo por medio de la urbanización informal (CENEPRED, 2022), tejiendo un suicidio territorial a cámara lenta. El caso de la Quebrada de Los Jenízaros es representativo: más de 800 familias viven directamente en el lecho de una quebrada, por donde han pasado huaycos a lo largo de la historia durante episodios del fenómeno El Niño.
Para Huaraz, lo primero que se necesita es un enfoque de cuenca hidrográfica que combine la gestión de las lagunas glaciares con el ordenamiento urbano. Aquí la planificación no es un lujo: es un salvavidas.
Frente a esta encrucijada, Huaraz exige un plan de rescate territorial que actúe en cuatro frentes simultáneos:
• Contención inmediata: Construcción de presas de retención y diques en las quebradas principales; sifonamiento controlado en lagunas críticas como Palcacocha y Tullparaju.
• Reordenamiento radical: Establecimiento de una franja marginal de seguridad de 200 metros en todas las quebradas; delimitación clara de zonas no urbanizables; reubicación planificada de asentamientos en áreas con riesgo muy alto.
• Alertas con dientes: Simulacros regulares y protocolos de evacuación claros; instalación de estaciones meteorológicas y sensores de nivel en las lagunas.
• Economías adaptativas: Fomentar acciones que sean compatibles con la seguridad territorial, como el turismo científico de glaciología o la agricultura en terrazas usando sistemas de riego tecnificado.
Chimbote: el precio de haber vendido el alma industrial
Mientras Huaraz lucha contra las amenazas naturales, Chimbote libra una batalla contra sus propios fantasmas industriales. Por décadas, fue el destino de los desechos no procesados de las industrias pesquera y siderúrgica, que resultaron en la acumulación de metales pesados y materia orgánica que convirtió sus aguas en un cementerio marino. De acuerdo con el Ministerio del Ambiente, los sedimentos de la bahía tienen una concentración de cadmio que supera el límite permitido en 22 veces y una concentración de plomo que lo sobrepasa en 15 ocasiones, como si la bahía guardara las facturas venenosas del “progreso”.
Pero la crisis es doble: la economía también muestra signos vitales críticos. El sector de la siderurgia lidia con competencia internacional y la anchoveta fue devastada por la sobrepesca. Como consecuencia, la economía permanece estancada y la tasa de desempleo se eleva a un 12.8% (casi el doble de la media nacional). Chimbote se encuentra atrapado entre el legado tóxico de su pasado industrial y la incertidumbre de un futuro que aún no escribe.
El «Trato nuevo» para Chimbote que aquí se propone es menos un plan y más una revolución en cuatro actos:
• Desintoxicación radical: Confinamiento seguro y dragado de sedimentos contaminados; establecimiento de plantas de tratamiento terciario para efluentes industriales; restauración de humedales costeros como biofiltros naturales.
• Reconversión económica con ADN local: Fomentar el cultivo sostenible de langostinos y concha de abanico; utilizar la capacidad eólica para producir energía renovable; establecer un clúster logístico relacionado con el puerto de aguas profundas.
• Reconciliación ciudad-bahía: Destrucción de muros urbanos que dividen la ciudad del mar; construcción de un malecón ininterrumpido con áreas verdes, miradores y equipamientos culturales; restauración de las islas Blanca y Ferrol como refugios para aves.
• Gobernanza con dientes: Establecimiento de una autoridad autónoma para la bahía de Chimbote que tenga facultades transfronterizas entre los distritos Coishco, Nuevo Chimbote y Chimbote.
Nuevo Chimbote: cuando la reconstrucción olvida reconstruir el alma
Nuevo Chimbote nació de una tragedia – el terremoto de 1970 – pero también de una esperanza. El plan de José Luis Sert prometía calles anchas, espacios públicos, escala humana y sentido comunitario (Sert, 2013). Medio siglo después, la realidad es otra: el «Distrito de las Invasiones» crece como mancha de aceite sobre las dunas, esas formaciones únicas que son nuestra huella dactilar geográfica.
Es trágicamente irónico: mientras una universidad local arrasa dunas para construir, la naturaleza insiste en recordarnos su lugar. La vegetación nativa vuelve a brotar tercamente entre el cemento, como un paciente que se resiste a morir. El mensaje es claro: el paisaje lucha por respirar, pero nosotros seguimos apretándole la garganta.
Lo más preocupante es la amnesia identitaria. Vivimos de recuerdos «astigmáticos» – Chimbote la potencia pesquera, Chimbote del ferrocarril, Chimbote del guano – mientras permitimos que la nueva identidad se construya sobre la negación del paisaje. El Istmo, esa joya geográfica que conecta bahías, está siendo estrangulado por la especulación. Los humedales, riñones ecológicos de la ciudad, se rellenan para lotizar. ¿Qué clase de futuro construimos cuando nuestra brújula moral apunta siempre al norte del lucro inmediato?
La gobernanza ancashina: conectando costa y sierra
Los 166 kilómetros que separan Huaraz de Chimbote no son solo una carretar: son la columna vertebral de Ancash, un eje territorial que hoy sufre de esquizofrenia planificadora. Mientras la carretera Huaraz-Chimbote, vulnerable a huaycos y deslizamientos, clama por mantenimiento y visión logística, la planificación sigue fragmentada en municipalidades que miran su pedacito de mapa.
La cura: el Consejo Regional de Ordenamiento Territorial de Ancash (CROTA), una instancia con dientes y presupuesto para:
• Vetar planes urbanos que rompan la visión regional
• Crear un fondo anticorrupción territorial para comprar suelos de protección
• Orquestar la inversión pública con partitura regional
• Regular corredores bioceánicos como arterias de desarrollo
IV. Hacia una planificación integral: instrumentos, gobernanza y financiamiento
Las tres patas de la mesa técnica: sin ellas, todo se tambalea
• El gran notario nacional: Según SUNARP, solo el 42% de los predios urbanos en el Perú están formalizados. El catastro tiene que incorporar datos jurídicos, económicos, físicos y ambientales para ser la base de la planificación, la recolección de impuestos prediales y la administración del suelo.
• El cerebro digital colectivo: Sistemas de Información Geográfica (SIG), plataformas interoperables que incorporen datos de todas las organizaciones estatales (Corner, 2006): CENEPRED, ANA, IGN y SENAMHI, además de información producida por universidades y municipios. Deben ser accesibles al público y contemplar la modelación 3D del área.
• El plan maestro que piensa en regional: Planes de ordenamiento territorial, superando la actual fragmentación municipal, estos planes deben establecer la estructura ecológica principal, los sistemas de asentamientos humanos, la infraestructura regional y las áreas de protección.
Gobernanza territorial: de la fragmentación al ecosistema
La estructura municipalista actual, compuesta por 1,874 municipalidades distritales en aislamiento, es como pretender orquestar una sinfonía con músicos tocando partituras diferentes. Ante problemas metropolitanos y regionales, respondemos con lógica parroquial. La reforma exige una revolución en tres tiempos:
• Gobiernos metropolitanos con poder real: Establecimiento de gobiernos metropolitanos para las 15 zonas metropolitanas detectadas por el INEI, con facultades en planificación, vivienda, gestión de residuos y movilidad.
• Regionalización con músculo: Fortalecimiento de gobiernos regionales en la planificación territorial mediante la transferencia de competencias que ahora están repartidas entre ministerios sectoriales.
• Democracia territorial profunda: Instrumentos de democracia participativa (Matus, 2008), como los presupuestos metropolitanos participativos, consejos de cuenca con autoridad para deliberar y consultas ciudadanas obligatorias para megaproyectos.
De satélites y zapatos: las múltiples escalas de leer el territorio
Estudiar un territorio exige un doble abrazo: la mirada del satélite que escanea la “radiografía”, cuencas, corredores, sistemas urbanos, y la mirada del peatón que descifra la “biografía” en el olor a mariscos al atardecer, en la plaza donde los ancianos tejen memorias, en el cerro que los niños dibujan como gigante dormido.
Esta aproximación multisensorial revela los «códigos secretos» del territorio. En Chimbote, por ejemplo, los puentes que colapsan cada Fenómeno del Niño no son fallas técnicas: son el río reclamando su cauce ahogado. En Huaraz, los aluviones no son «desastres naturales» sino fracturas geológicas por construir donde la tierra dijo “no”.
La solución requiere humildad epistemológica: reconocer que el ingeniero civil necesita al poeta (antropólogo), el ecólogo al anciano (artista), el planificador al niño que lee el mundo con los pies descalzos. Las universidades debemos ser archivos vivos del territorio, donde cada tesis, cada mapeo, cada estudio alimente un banco de memoria colectiva. Porque planificar no es dominar el espacio: es aprender a escuchar sus latidos.
Financiamiento creativo: la sangre para la transformación territorial
La planificación sin financiamiento es arquitectura fantasma. Necesitamos mecanismos que conviertan la plusvalía especulativa en inversión pública con rostro humano:
• Justifica urbanística: Capturar las plusvalías y recuperar para el Estado una parte del valor que la acción urbanística produce, como es el caso de cambiar los usos de suelo o construir infraestructura, con el propósito de financiar espacios públicos y vivienda social.
• Premios al buen comportamiento: Bonos de impacto territorial con instrumentos financieros que recompensen a las municipalidades que alcancen objetivos concretos en cuanto a la reducción de riesgos, la protección de zonas verdes o una densificación balanceada. Convertir la gestión responsable en buen negocio municipal.
• Fondos metropolitanos con músculo: Financiados a través de: contribuciones de mejoras, impuestos prediales metropolitanos y transferencias del gobierno nacional. Porque los problemas metropolitanos exigen bolsillos metropolitanos.
IV. Conclusión: por una arquitectura del territorio vivo
El territorio peruano no es un tablero de Monopolio, sino un palimpsesto vivo que exige ser leído, no impreso. Una planificación que escuche las diversas voces del territorio peruano, el murmullo de los glaciares de Ancash, el susurro de los bosques secos de Piura y el bullicio de los barrios limeños, no es una opción, es una urgencia. Frente a la mirada que reduce el paisaje a “carne” para el festín inmobiliario, necesitamos una arquitectura del territorio (Lynch, 1998) que teja un equilibrio entre el rigor técnico y una sensibilidad ética. Una que comprenda que planificar no es imponer formas, sino mediar entre fuerzas; no domar la naturaleza, sino aprender de su lógica. Las tareas son claras y perentorias: gobiernos metropolitanos con verdadera autoridad, un catastro nacional multipropósito, financiamiento sostenible y, sobre todo, la Ley de Ordenamiento Territorial que duerme en el cajón de los pendientes. Pero más allá de las herramientas, necesitamos un cambio de mirada: una ciudadanía que se reconozca parte de un territorio común y exija su derecho a escribir en él. La historia territorial del Perú aún se está escribiendo. Es nuestra responsabilidad coelctiva que el próximo capítulo no se narre desde la explotación y el despojo, sino desde la belleza, el cuidado y un nuevo pacto entre los peruanos y esta tierra de geografías que gritan.

