Autor: Arq. Domac Bay
Entonces, a más de 50 años de los primeros asentamientos urbanos, a 30 años de su creación como nuevo distrito independiente, y a 15 años de la implantación casi forzosa de una pretendida área central de aproximadamente 5.0 hectáreas —donde inicialmente se encontraba un apéndice semirrústico acomodado entre los barrios residenciales ya consolidados de El Bosque, Los Cipreses, El Pacífico, Buenos Aires y Mariscal Luzuriaga, entre la Avenida Pacífico y la aún inconclusa Avenida Brasil— mejor dicho, emplazando esta área inicial —ahora reducida a 3.0 hectáreas— de tal modo que quepa cautiva entre zonas residenciales que, en menoscabo de su configuración de supermanzanas, en poco podrán acompañarla para dar sentido a esta operación de encajamiento funcional, simbólico y representativo con el que se pretendió —recargado además de desaciertos congénitos en su diseño— encausarla y proponerla como emblema con el cual definir un centro urbano en el nuevo y joven distrito de Nuevo Chimbote.
Pero no estaría mal, en una instantánea, ampliar con cierta miopía la escala de nuestro análisis e ir a otras realidades urbanas por fuera de nuestra provincia. Con esta óptica hallaremos entonces que, en muchas otras ciudades de nuestro país, se han sucedido fenómenos parecidos y paralelos; se repite la misma fórmula de desmantelamiento simbólico y representativo del espacio urbano público, de la civitas. Este ejercicio de ampliación de la escala observatoria nos revela que, en la vecina ciudad de Huaraz con su distrito de Independencia, que en la ciudad de Trujillo y su distrito de Buenos Aires y demás conurbano, que en la ciudad de Lima —distrito de Surco, distrito de San Isidro, distrito de San Miguel—, Cajamarca y su conurbación, así como en otras muchas ciudades, aparte de su espacio fundacional, nuclear, céntrico, histórico y representativo, es manifiesta la imposibilidad de conformación de un nuevo foco con los mismos contenidos cívicos y urbanísticos que los de los originarios. Quizá porque es egocéntrico y él quiere seguir siendo el único, el que inequívocamente centrifugue el espacio de la urbe hacia su localía, sin opción a polarizarse, a equilibrar la mancha urbana, a presentar un lugar renovado en consonancia con la demanda histórica de nuestra sensibilidad actual.
¿A qué se debe? Quizá sea el destino manifiesto, producto del patrón congénito de la fórmula extractiva y contraproducente, que lleva al centralismo despótico y vergonzoso de la Lima de siempre para con el resto del Perú. Quizá porque, evitando nuevos centros urbanos, se cumpla alguna agenda ideológica de la trastienda psicosocial. O simplemente porque se allana al espacio y a la práctica social para así, tácitamente, preparar a ambos a migrar hacia el nuevo mall o shopping center, que cubriría, a cambio de ciertos valores y con todas las luces, tales ausencias.
Volviendo a nuestro distrito. Con otros matices y otras condicionantes en nuestra conurbación, se experimentó la creación de un nuevo centro urbano, con razones no menos justificativas que las que deberían considerarse para los casos mencionados, pero sí con mayor apremio, sobre todo en sustentos políticos y administrativos. Como ya se ha insinuado en los párrafos iniciales, esta experiencia se efectuó a pie forzado e indudablemente sin criterios teóricos de planificación ni de diseño urbanístico; es lo que deja entreleer la manera en que se dispusieron los predios y, sobre todo, el número y la localización de los equipamientos, además, y a modo definitivo, las relaciones hápticas con las edificaciones existentes y la desconsideración de las tensiones viales de la Avenida Pacífico y de la Avenida Country.
A todo esto se le suma, o se le disgrega, que la configuración barrial de las supermanzanas colindantes con las avenidas y otras calles estructurantes del seudocentro urbano, por sus cualidades morfológicas de pasajes laberínticos, con lotes de frentes y áreas reducidos, veredas angostas, secciones viales dislocantes, la conformación volumétrica vivencial vecinal (sólida, inflexible e intransigente) de las manzanas de las vecindades de la urbanización Pacífico, Los Cipreses, Mariscal Luzuriaga, Buenos Aires U-1; y, como agregado y recargado de un sarcasmo urbanístico, el frente estéril e imposible del colegio Cervelló. Todo esto resulta, desde la práctica espacial, en una discontinuidad del espacio urbano que, en cuanto abandona las aceras adoquinadas de la plaza, empieza a diluirse, a licuarse con la nada y con los frentes urbanos asignificantes y monofuncionales. Y así, por todas las sendas y recorridos centrípetos al seudocentro, este se diluye, pronto desaparece y es negado a menos de cien metros en la dirección que se elija.
Este efecto psicoespacial nos advierte y demuestra que la localización y falta de criterios académicos y prácticos resultaron en un fracaso urbanístico por el cual el centro es solo la Plaza Mayor, y esta se aborda y apropia desde la admiración hedonística. Y se demuestra, se palpa y se convierte en una experiencia corporal cuando la vamos dejando atrás y elegimos la Avenida Argentina, con sus dos frentes de las primeras cuadras llenas de comercios gastronómicos (no se niega la presencia de algunas bodegas y de una oficina gubernamental); luego, uno de ellos va optando por usos más vecinales; luego, a tres cuadras, ya no vibra ni se siente la presencia del seudocentro urbano; y más allá, sobre las veredas de dos metros, con las vías de doble pista para los reales protagonistas de la estructura urbanística del distrito, acompañada de los frentes de uso residencial de densidad media (en realidad baja) y una potencial y jamás vista berma central —el espacio donde una catedral y un colegio mercedario juegan al parchís—, se sigue desvaneciendo hasta ya no advertirse sensorialmente vestigios de su presencia ni de su jerarquía. Para decirlo bien y con buen tono, a menos de cuatro calles y en la dirección que se elija, ya estamos en cualquier otro lugar, en cualquier otro sitio genérico e indiferente, de los preconfigurados y característicos de los sectores iniciales del distrito.
A la luz de las recientes intervenciones y del actual remodelado de esta Avenida —elegida por las circunstancias y para el favor argumental del presente artículo (con las disculpas intempestivas por la impotencia ante la responsabilidad no asumida)—, es claro que todo lo que hasta aquí se ha enmarcado y analizado no ha formado parte del entendimiento ni de la visión urbanística (y los postes de autopista lo acreditan) del responsable o los involucrados en la intervención y renovación de los componentes y de la infraestructura urbana que constituyen la Avenida Argentina.
No se trata, aunque por antonomasia se desemboque, en hacer o criticar una política. Entonces, a eso apuntamos, no queda de otra. La fórmula es: mejores proyectos se logran por consulta pública o, mejor dicho, por concursos. Y es momento en que se haga política esta práctica. Pero por ahora se trata de ser puntual y breves. Vamos desarrollando una modesta idea (tardíamente alternativa), que puede explicarse así: ¿y si, en vez de esa senda peatonal de un metro y fracción, se hubiera dispuesto una explanación continua que ocupe todo el ancho de la berma central de la Avenida? Que esta berma mantenga sus árboles existentes, y que entre los intersticios de árbol y árbol se coloquen pequeños puestos desmontables, tipo stand de ferias, y que esa feria que anda pinponeándose por allí, se ubique en esta nueva manifestación de espacio urbano, que inicia en los límites de la Plaza y llega hasta la Avenida Anchoveta, alentando en su desarrollo la vida urbana y provocando aperturas en los frentes que enmarcan a la avenida; que las veredas laterales se ensanchen hasta los tres metros o más, y que se reordene, reestructure y mitigue el tránsito vehicular. Que el césped costoso e insostenible sea reemplazado por pavimentos amigables, donde peatones y automóviles se desplacen sin diferencia de niveles, haciendo apología de respeto y sana ciudadanía. Que en la berma se dispongan elementos urbanos: bancas, mesas, pantallas, pedestales, piezas de interacción infantil, una pileta de utilidad —no de cosmetología—, ni tampoco postes de autopistas, sino farolas de escala reducida (quizá interactivas) que humanicen y produzcan un espacio público que dignifique e identifique a la gente.
Pero no es así. Y donde había la necesidad y se constituía el potencial, precisamente allí, el ciudadano seguirá sintiendo la angustia del no lugar; desde lo consciente o no, sabrá que se pierde el Paseo.
